martes, 1 de septiembre de 2009

Recuerdos lavados de una década sucia

(Por Diego Bogarín.)

La reducida sala del dos ambientes en el que viven Julio, Rosana y el loro, parece incómoda antes de que se rompa el hielo para iniciar esta nota. Un mate y bizcochos de grasa sirven de excusa para descubrir, a mitad de la primera ronda, que la mascota ya empezó a pronunciar a la perfección sus primeras palabras: hola Felipe. Y para entrever que, a veces, algunos trances no logran superarse.

Este párrafo busca resumir y graficar lo que significaron, volcadas a la realidad, las normas de flexibilización laboral aprobadas en distintos momentos de la década del ‘90: “En el 96 salí de la empresa de transporte y pasé a otra de los mismos dueños, pero a vender autos. Con un acuerdo ‘amistoso’ me permitieron quedarme como trabajador, pero como trabajador independiente: debí renunciar a 14 años de aportes y antigüedad que acumulé. En el 97, a pesar de eso, me obligaron a desvincularme también de la concesionaria y, desde entonces, debí comenzar a encarar proyectos propios. Y así me mantengo hasta ahora”.

Toda historia tiene un comienzo. Se nota que no es fácil de tragar, como los mates, haber formado parte de ese ejército de mano de obra que se descubría con su horizonte laboral desvanecido en plena época del “deme dos”. Justo promediando la mitad de los 30 más cercana a los 40, cuando las arrugas en la frente ya no se pueden disimular con el flequillo por culpa de la maldita calvicie por estrés.

Empecé a trabajar en Posadas en la empresa de transporte Don Casimiro a medidos del ‘82 como administrativo de tercera, una categoría de aprendiz. Pero con el tiempo empecé a cumplir distintas funciones y cada vez fui absorbiendo más responsabilidades bajo la misma categoría, con algunos incrementos en negro. Se notaba que buscaban que el día que me tuvieran que indemnizar les salga barato, recuerda Julio.

-¿Y no se dio cuenta de que lo estaban sobrecargando de tareas?
Era algo progresivo: empecé como cajero controlando la plata de los colectivos; cuando les faltó alguien en la computadora y vieron que yo tenía el título de Analista de Sistemas, me mandaron a cargar datos a la computadora; después me pidieron que les diseñe programas y que cargue planillas a esa base y, cuando me di cuenta, estaba cumpliendo múltiples funciones con el mismo contrato y no podía proyectarme todavía mayores espacios dentro de la empresa porque estaba recién comenzando desde abajo.

Llegó a ser Encargado de Servicios, pero dentro de esa función y por tener conocimientos de computación, debió aceptar cumplir funciones contables y de recursos humanos, controlando frecuencias y horarios del servicio. Así se le ampliaba el régimen laboral, pero no el salarial. Y siempre estaba el chantaje a la orden del día.

Si uno se negaba a cumplir con todas esas tareas, ellos recriminaban que les salía más barato contratar a otros dos tipos por la misma plata y para las mismas funciones porque no pagaban cargas sociales y podían renovar esa modalidad de contrato con otros, lo que llevaba a que uno se extendiera en sus horarios de trabajo y se sobrecargara de responsabilidades laborales.

-Pero los sindicatos debían atender eso, ¿o no?
Estábamos representados por UTA. Había delegados sindicales en la empresa, pero uno no les podía consultar nada porque los responsables y gerentes siempre se enteraban si uno se había acercado a preguntar si debía o no hacer lo que mandaban y después decían "ah, ¿con que usted no quiere hacer esto? Bueno, a partir de mañana empieza a trabajar de noche".
Cuando se comenzaron a aprobar las leyes de flexibilización a partir del 91 –como si intuyese que era la pregunta obligada que venía-, los representantes gremiales hicieron algunas manifestaciones para estar en consonancia con lo que pasaba en Buenos Aires, pero en verdad en el interior [los delegados gremiales] van siempre para el lado del que pone la plata y terminan agachando la cabeza… y con coches nuevos a fin de año. Hola Felipe. Sonrisa, tiempo de mate. Hasta hoy en día, por responsabilidad del mismo sindicato y a pesar de que UTA es nacional, si uno compara los recibos de sueldo de un chofer de Posadas y el chofer del urbano en Buenos Aires, es evidente que en el interior cobran un 30 ó 40 por ciento menos. Y hablamos de la misma empresa que también tiene líneas en Capital Federal, del mismo sindicato que es nacional y de las mismas funciones de los colectiveros.

Trabajadores contra trabajadores

Todo comenzó a empeorar por el exceso de oferta de mano de obra, intuye el dueño de la casa mientras ceba un mate, lo pasa y se mira las manos. Eso complicó mucho la situación porque si a uno no le gustaba lo que pasaba en la empresa, ellos podían contratar a otros más baratos. Como ya cobraba un sueldo cercano a los 2.000 pesos, por una cuestión de antigüedad, a ellos les salía lo mismo que contratar a tres personas de 700 pesos.

No les importaba cuántos contrataban, pero sí exigían que uno cumpla con todas las funciones encomendadas porque, de lo contrario, amenazaban con que siempre tenían a tres tipos con los que podían reemplazarnos. Contrataban a contadores y licenciados en administración de empresas recién recibidos que hacían una especie de pasantías, pero trabajando tiempo completo y por esos montos.

Hasta aquí fueron los efectos directos de las leyes de flexibilización laboral, en particular las 24013 y 24465 “de empleo” y “de contratos de trabajo”, respectivamente. Por su parte, la ley 24467 de fomento de PyMEs, sancionada en marzo de 1995, expresaba que las empresas podían reestructurar sus plantas “por cuestiones organizativas, tecnológicas o de mercado”. Reestructuración de planta no significaba despedir trabajadores, pero se le parecía.

Dentro de la empresa empecé a cumplir funciones en otro rubro, que era la venta de vehículos. Pasé, de controlar horarios, planillas de registros y diseñar sistemas de datos, a tomar cursos de estrategias de venta. Como a mí me interesó la actividad, me ofrecieron un arreglo –con gestos inconfundibles- amistoso, entre comillas: tenía que renunciar a catorce años de aportes, enviar un telegrama y perder la antigüedad para que me vinculen a aquella otra rama laboral. Al final fue lo que hice porque era lo que me permitía mantenerme bien, más mental que económicamente.

-¿Lo movía el miedo al desempleo?
Había miedo de quedar sin trabajo y no sólo eso, sino que uno se debía enfrentar con el costo de estar sin trabajo y con que al momento de ir cobrar la indemnización, la empresa quiera llevar el caso a juicio. Sabían que uno no podía esperar tres o cuatro años hasta que se resuelva la situación porque mientras tanto nadie te daba de comer. Los mismos abogados me decían que seguro hubiese ganado el juicio y el sindicato lo mismo, pero uno hacía todo el show y no pasaba nada. Un montón de gente con mucha antigüedad nunca pudo llegar a cobrar y cuando se dieron cuenta, terminaron arreglando con la empresa por la décima parte de lo que les correspondía.

En el 96 salí de Don Casimiro y pasé a Toyomi, otra empresa de los mismos dueños, a vender autos. Con ese acuerdo ‘amistoso’ me permitieron quedarme como trabajador, pero como trabajador independiente: debí renunciar a los 14 años de aportes y antigüedad que acumulé en la empresa en la que comencé a trabajar. En el 97, a pesar de eso, me obligaron a desvincularme también de la concesionaria y, desde entonces, debí comenzar a encarar proyectos propios. Y así me mantengo hasta ahora.

Felipe pareció entender la conversación. A cambio de un par de biscochos, negoció su silencio tras su segunda intervención. Pero de nuevo “hola Felipe”. Y una sonrisa y un nuevo mate, ahora lavado, parecen echar agua sobre esos recuerdos de la última década que volverán a esconderse tras las arrugas de la frente y la calvicie por estrés.

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