miércoles, 18 de junio de 2008

La Cuasiperfección de Cristina

(Por Diego Bogarín)


Como reviviendo un 17 de octubre bizarro, la plaza se fue colmando desde la mañana. Las estructuras armadas ayer para contener a la gente y el escenario imponente eran testigos de los grupos que, por oleadas, iban acercándose desde distintos rincones del país. La organización se preocupó y ocupó de que cada provincia aporte una nutrida participación al evento. Y le salió bien.

Los colectivos que se movilizaron desbordaron la avenida más ancha del país al descargar su pasaje en el centro de la Capital "Federal". La 9 de Julio, la Independencia, la Córdoba y las arterias periféricas debieron restringirse al tránsito y ser de uso exclusivo a partir del mediodía. Todo salió como estaba previsto, hasta que lo imprevisto fue protagonista: no se pudo predecir que un viejo farol de la plaza donde se alzaban las pancartas, iba a cobrarse la vida de un joven tucumano que apenas alcanzó la mayoría de edad.
Las columnas sindicales aportaron tambores y colores y miles de argentinos que se acercaron a escuchar el discurso de la presidente que aseguraban haber votado… o a cobrar el dinero que desde distintos medios denunciaban: en Misiones, empleados estatales aseguraron que les ofrecían $200 para que formen parte de la comitiva oficialista. A lo que se le sumó el clásico choripan a la salida.
No se llenó la plaza de gente que apoyaba las medidas económicas del gobierno, como desde Casa Rosada insisten. Muchos llegaron porque compraron la propaganda de defender la democracia en Plaza de Mayo. No fue en vano que las excesivas publicidades de último momento apuntaron a conmover contra los “Cuatro señores que quieren desabastecer al país”: los que no tienen recursos, son los que más sufren la escalada de precios y fueron ellos mismos quienes llegaron a agolparse en Balcarce 50 de espaldas al Cabildo, a diferencia de lo que fue en el 1810 que Cristina quiere recordar en el Pacto del Bicentenario.
El discurso fue predecible, aunque se esperaba algo más; muchos pensaron que iba a ser un día histórico, pero fue más de lo mismo. La verborragia llegó después del intento de conmover con el “fue sin querer”; el repaso histórico de su currículum no incluyó que votó la reforma constitucional que permitió a su marido perpetuarse en la gobernación de Santa Cruz y saltar a la presidencia para luego, en un peculiar enroque, dejarla a cargo del báculo.
Veinticinco minutos duró el discurso. Suficientes para que los movilizados se alejen a su término mucho más rápido de lo que llegaron. El espíritu fervoroso fue aplacado por los 10 grados de la tarde, que no invitaban a mojar los pies en la fuente histórica de los descamisados. O quizá el fervor era distinto. O quizá sólo era el choripan que se les enfriaba.

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